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miércoles, 29 de julio de 2015

No es Dios, quien produce el sufrimiento.


El Amor

Para hablar del sufrimiento correctamente. Lo primero que necesitamos es no confundir el plano en que se sitúan las ciencias y el plano en que se sitúa la teología. La patogenia por ejemplo, es una rama de la medicina que estudia cómo se ha producido las enfermedades. Su aspiración consiste, pongamos por caso, en aislar el virus que causa una dolencia determinada. Lo logrará o no, pero de una cosa podemos estar seguros : nunca se le pasará por la cabaza afirmar que es Dios quien hece enfermar a nadie. He aquí una primera lección que nunca deberíamos olvidar: hay muchos creyentes que todavía no saben distinguir el plano de la Causa Primera de todo cuanto existe ( Dios ) y el plano de las causas segunda que producen cada fenómeno particular. Como resultado de esa confución, piensan que Dios origina las enfermedades igual que si fuera un microbio maligno. El Microbio por excelencia, y como tales personas tampoco, saben hacer esa distinción por lo que al tratamiento de la enfermedad se refiere, covierten a Dios en el más eficaz de los antibióticos. A nosotros no nos interesa ahora cómo se producen los diversos males. Esta tarea, aclarado que Dios no intervine en ella para nada, se la dejamos a los cinentíficos. Nuestra preocupación como creyentes, es otra: ¿ por qué existe el sufrimiento ? ; ¿ qué sentido tiene ?. Esta pregunta sí que afecta a Dios. Y de hecho, haciéndose esa pregunta, muchos se han alejado de Él e incluso han negado su existencia. NO MALTRATAR EL MISTERIO.



Una antigua leyenda noruega nos cuenta como el viejo cuidador de cierta ermita donde se veneraba una imagen de Cristo con la siguiente advocación de " Los Favores ", decidió un día pedir al Señor ocupar su sitio en la cruz para así poder aliviar el sufrimiento del Hijo de Dios. El crucificado aceptó, pero puso la condición al ermitaño de no hablar viese lo que viese. El hombre prometió cumplir con lo que el Señor le pedía y pasó a ocupar su sitio. Los devotos pasaban por delante de él pidiendo el favor de Cristo, y el cuidador, fiel a su promesa, guardaba silencio. Un día llegó un ricachón, el cual, después de haber orado, dejó su bolsa olvidada. El ermitaño lo vio y guardó silencio. Tras el ricachón, llegó un pobre, y al ver la bolsa se la llevó. Tampoco dijo nada el cuidador de la ermita. Llegó entonces un joven para pedir protección antes de emprender un largo viaje, y en el momento que allí se encontraba volvió el ricachón que al no ver la bolsa pensó que el joven la habría robado y amenazaba con denunciarlo. Fue en ese momento cuando el ermitaño no aguantó más y gritó con voz potente para que el rico se detuviese. El muchacho y el hombre rico miraron entonces hacia arriba y vieron que era Cristo el que les había gritado. El ermitaño explicó como había sucedido las cosas y los dos hombre salieron de la ermita cada uno para un sitio, el rico anonadado, y el joven presuroso porque el incidente casi le hacía perder el barco. Cuando la ermita quedó de nuevo en silencio, el Señor dijo al ermitaño que bajase de la cruz, pues rompiendo el silencio había demostrado no valer para sustituirle. Entonces, el hombre explicó a Cristo, lo que había pasado, y le dijo que su proceder venía motivado para reparar una injusticia. Jesús le dijo que el no sabía que al rico le convenía perder la bolsa, pues en ella llevaba el precio de la virginidad de una mujer. Que el pobre hizo bien en tomar la bolsa ya que su necesidad era grande. En cuanto al joven le uviese convenido no tomar el barco por mucha prisa que tuviese, ya que de haber tardado un poco más, en ese momento no estaría hundiéndose con el mismo. Hasta aquí la leyenda. Naturalmente no debemos interpretarla como una invitación al fatalismo -"pase lo que pase, más vale cruzarse de brazos-, sino como una llamada a no maltratar el misterio. A nosotros nos falta demasiado datos para atrevernos a juzgar la conducta de Dios. Es necesario, sin duda, procurar comprender hasta donde podemos; pero tambíén deberemos saber guardar respetuoso silencio ante un misterio que supera nuestra capacidad. "Ahora vemos confusamente, como en un espejo de adivinar -decía Pablo-, mientras que en tonces ( en el último día ) veremos cara a cara". Si decidimos fiarnos de Dios cuando le comprendemos, tiene sentido seguir confiando en Él, con una fe desnuda en aquellos momentos en que no acabamos de entenderlo.

-Este articulo es parte de una reflexión sobre la Fe. sacada del Boletín de la Hermandad de "Los Gitanos", nº 41 del mes de febrero del 2005, de la sección : Formación Cristiana-.

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